miércoles, 4 de febrero de 2015

Kathmandú


Nepal significó para nosotros un soplo de aire fresco, después de nuestro intenso viaje por la India.
El Valle de Kathmandú comprende un área de tierra fértil, enclavada entre los imponentes Himalayas. Su belleza paisajística se complementa con una cultura que ha creado auténticas joyas arquitectónicas en un espacio reducido, pues en un radio de 20 km de Khatmandú, existen 7 enclaves reconocidos como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Según la leyenda la magia de ese lugar lo hizo sagrado. Un sabio chino taoísta cruzó los Himalayas peregrinando y llegó a este lugar, que en aquel tiempo estaba cubierto por un gran lago. Manjushri, discípulo del Buda Gautama, plantó una flor de loto y las aguas desaparicieron surgiendo el monte sagrado, donde inicialmente se construyó la Stupa y el Monasterio Swayambhunath y el valle se convirtió en habitable. Hoy tanto los budistas como los hinduistas lo consideran un lugar sagrado.

El valle está repleto de bellos templos y palacios, obras de la cultura newar, cuyas dinastías dominaron los reinos de Patan, Bhaktapur y Kathmandú.
Kathmandú, capital de Nepal, debe su nombre al famoso templo Kasthamandap del siglo XVI, un santuario abierto de tres plantas construido en forma de pagoda y a partir de un único árbol gigante, y se le considera una de las construcciones de madera más antiguas del mundo. 
Nuestra impresión de la ciudad, fue confusa pues nos encontrabamos en medio de un laberinto de callejuelas, puestos de fruta, verduras y artesanía, bicicletas, motos, rickshaws, vacas sagradas, . . . y a su vez rodeados de bellos templos y palacios budistas e hinduistas, espectaculares balcones y ventanas de madera tallada, mandalas, molinillos de oración, . .
















Durbar Square, literalmente "plaza del palacio", es la más grande de las plazas del valle. Estas plazas eran los centros administrativos de los pequeños reinos que existían en el siglo XVIII, antes de la unificación de Nepal. En ellas se encontraban la residencia real, además de otros palacios y templos, para el rey y su corte. El complejo de la Plaza Durbar de Kathmandú tiene 50 templos, destacando el ya citado Kasthamandap, el templo Taleju, el templo Shiva-Parvati, el palacio Hanuman Dhoka y el Kumari Ghar.
El templo Taleju, del siglo XVI es uno de los más antiguos de la plaza. Es la estructura más imponente de la arquitectura típica newari, con tres tejados y base piramidal.  El templo Shiva-Parvati, es un pequeño templo dedicado a la divina pareja, asomada a la ventana, consta de tres plataformas de ladrillos rojo y en la ventana central del primer piso cuenta con dos figuras de madera que representan a los dioses Shiva y Parvatti. Las ventanas y frisos están finamente tallados en piedras simulando una bellísima celosía. Por su parte, el Palacio Hanuman Dhoka, se construyó en honor al dios mono "Hanuman", símbolo del poder protector divino. Aquí los reyes de Nepal son coronados.
El Kumari Ghar, es un monasterio construido en 1757 y la residencia de la niña diosa viviente Kumari. Desde su atrio se puede disfrutar de la belleza de las tallas de madera que decoran sus balcones y ventanas. La diosa Kumari aparece, en ocasiones, por la ventana para bendecir a los visitantes.
Las Kumari son niñas consideradas reencarnaciones de Taleju y veneradas por hinduistas y budistas nepalíes. Son seleccionadas mediante un complejo ritual tántrico, desde hace siglos, entre niñas de 4 a 7 años por poseer las 32 virtudes de una diosa. Por supuesto, la niña debe pertenecer a la casta Shakya (la del mismísimo Buda), no haber enfermado nunca, no haber derramado nunca sangre y no haber perdido ningún diente. Otras virtudes: ojos negros, pestañas como las de una vaca, tez clara, piel aterciopelada, muslos como los de un ciervo, pies proporcionados, tonalidad de voz suave y clara como la de un pato o el pecho como el de un león… y su horóscopo tiene que ser compatible con el del rey. También debe superar pruebas para demostrar su valentía, pasando la noche sola ante la diosa Taleju, junto a cabezas de búfalos y cabras sacrificadas en una habitación a oscuras.
La niña elegida es alejada de su familia, permaneciendo encerrada durante toda su infancia, saliendo sólo en algunas ceremonias religiosas y pudiendo ser visitada por sus padres en contadas ocasiones. Vive así hasta la pubertad, momento en el que la diosa “abandona” su cuerpo, reencarnándose en el de otra niña, y ella vuelve junto a sus padres a la “vida normal”.
Resulta penoso contemplar a estas niñas con aspecto triste y mirada perdida, sabiendo que nunca recuperaran su infancia perdida, ya que por su condición divina no pueden tener contacto con los demás e incluso con sus padres.
A pocos kilómetros de Kathmandú se encuentra Patan, adonde nos desplazamos para visitar una de las ciudades budistas más antiguas del mundo (S. III aC). La Plaza Durbar posee un bello conjunto arquitectónico newarí, dominado por colores rojizos, y también Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO.

Al pie de uno de sus templos se nos acercó una niña que llevaba a sus espaldas a otro niño más pequeño y con una abierta sonrisa trató de ayudarnos en nuestra desorientación, ante el caos que presentaba la Plaza Durbar.
Esa expresión nepalí, su profunda mirada y su sorprendente amabilidad, no la hemos podido olvidar y a pesar del largo tiempo transcurrido.

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